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Mostrando entradas de 2017

"The Buddha of suburbia", David Bowie, 1993, BMG/Virgin/EMI

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Primero lo primero: "The Buddha of suburbia" no es la banda sonora original de la serie televisiva producida por la BBC, basada en la hermosa novela de Hanif Kureishi (quien co-escribió el guión) y estrenada en noviembre de 1993; es decir: si bien Bowie compuso unas cuarenta piezas para la serie, estas jamás vieron la luz independientemente, y lo que terminó por pasar fue que ese mismo 1993 Bowie se encerró en un estudio de suiza junto al multi-instrumentalista turco Erdal Kızılçay y, a partir de los temas principales de la banda sonora y empleando una serie de métodos similares a los utilizados a fines de los 70s junto a Brian Eno en "Lodger" y -ligeramente en menor medida- "Heroes" y "Low", terminó por grabar las nueve composiciones reunidas en el décimo noveno álbum en su discografía. Esa alusión a los discos junto a Eno es central; de hecho, si bien "The Buddha of suburbia" no es el primer álbum de Bowie desde "Heroes"

"The pleasure principle", Gary Numan, 1979, Beggars Banquet/Atco

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Con algunas notables excepciones (podría argumentarse que Sexteto Electrónico Moderno, por ejemplo) la música electrónica a fines de los 60s y principios de los 70s tenía poco que ver con el pop y mucho que ver con la vanguardia, la experimentación y el minimalismo. O quizá pueda irse un poco más allá: había más pop, es decir, en la banda sonora de "A clockwork orange", a cargo de Wendy Carlos, que en buena parte de la producción de Kraftwerk hasta "Computer world" o, si se quiere ser más cuidadoso, "The man-machine". La matriz alemana de bandas funcionaba en esa línea: Cluster, por ejemplo, con una línea hacia el pop a través de Harmonia y algunos experimentos de Eno, del mismo modo que dificilmente Tangerine Dream se propusiera hacer hits de 3 minutos y medio con verso, estribillo y quizá un puente. Pasando al Reino Unido y a las inmediaciones del postpunk, las cosas no son tan diferentes: las primeras épocas de The Human League, Orchestral Manouvers

"Perdition city", Ulver, 2000, Jester

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Una manera acaso inevitable de pensar el quinto álbum de Ulver es desde el momento basal del proyecto como una banda de black metal; es cierto que ya en el contexto de su primera trilogía de álbumes cabía leer un ímpetu de complejización de la matriz genérica ("Kveldssanger" se las arreglaba para sonar blackmetalero sin los elementos más consabidos del género, pero después "Nattens madrigal" volvía a un estilo no sólo más reconocible sino de alguna manera llevado al extremo), pero nada de eso, más allá de indicios legibles en retrospectiva, puede disolver el contraste marcadísimo entre estos discos y "Perdition city", por más que "Themes from William Blake's the marriage of heaven and hell" admita ser leído como una pieza de transición. Si pensamos entonces que median apenas 3 años (y un álbum y un EP) entre el black metal desaforado de "Nattens madrigal" y la electrónica atmosférica y retro/noir/futurista de "Perdition cit

"Blood mountain", Mastodon, 2006, Warner Bros/Reprise

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Es curioso que el álbum de estudio más claramente transicional en la discografía de Mastodon -es decir el tercero, en tanto empieza a ser más notoria la transición hacia un enfoque más melódico de las voces y una nueva sensibilidad pop/rock que termina por atraer hacia sí tantas variantes del metal que, para el final del proceso, hacia "The hunter" o "Crack the skye", Mastodon logra ensamblar pieza tras pieza una enci clopedia del metal- sea también el que incluye los momentos más pesados; no necesariamente desde un punto de vista digamos "musical" -eso habría que rastrearlo a "Leviathan" o a las primeras etapas de la banda- sino más bien sonoro: un sonido tenso, denso, profundo, compacto, que asalta al oyente como un ladrillo en la cara. En ese sentido, "Blood mountain" marca un punto aún más claro de inflexión en el proceso creativo de Mastodon: el sonido empieza a ganar terreno como un elemento capaz de fascinar y emocionar, como

"Tin Machine", Tin Machine, 1989, EMI

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Lo más sencillo -y no por ello menos acertado- que se puede decir de "Tin machine", el debut de la banda del mismo nombre o, según se lo prefiera ver, el decimo octavo álbum de David Bowie, es que se trata de un disco que Bowie necesitaba grabar pero que nosotros no necesitamos escuchar. Entonces, a partir de esta afirmación es que podemos llegar a algo más interesante; para empezar, la idea de la necesidad de Bowie de zafar del rock /pop comprometido con una noción básica de éxito comercial (el camino inaugurado por "Let's dance") podía desembocar en un retorno a ese campo art/rock intelectual y con pretensiones que vio en "Scary monsters" su mayor y más feliz fusión con el pop, y en principio Bowie había recultado a Reeves Gabrels (la leyenda cuenta que la esposa de Gabrels trabajaba en la gira Glass Spider y le dio a Bowie un demo que mostraba la técnica de guitarra de su marido) para, precisamente, indagar en un sonido experimental y de vanguard

"Ray of light", Madonna, 1998, Maverick/Warner Bros

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Supongo que dice algo de mi percepción de la obra de Madonna el hecho de que sea el séptimo de sus álbumes mi favorito, pero esta percepción puede ser rastreada a algunas notas básicas de "Ray of light" que, dada cierta estética más o menos establecida como cercan a la propia sensibilidad, puedan proponerlo cómodamente como el mejor momento de la discografía. Es, en cualquier caso, un trabajo de evidente interés: en la  línea de "Low", se trata de uno de los cruces más felices entre pop y electrónica y ambient, pero para 1998 esto no significaba lo mismo que en 1977, no por lo presuntamente "arriesgado" del juego -eso no interesa acá, donde estamos hablando en principio de pop, incluso electro-dance-pop-progresivo o cualquier coordinación de etiquetas que se quiera proponer- sino porque el gesto de Bowie no podía tomar a la electrónica como un género a trabajar, en tanto entonces lo que ahora llamamos electrónica -igual que el "heavy metal" cu

"The Jethro Tull Christmas album", Jethro Tull, 2003, Fuel2000/RandM

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Sería un error, antes que nada, desestimar el hasta la fecha último álbum de Jethro Tull como un gesto meramente decorativo o trivial en la línea de tanta producción superflua relacionada con Navidad, desde aquellos especiales de The Beatles hasta el infame episodio de la saga Star Wars felizmente borrado de todo canon posible; para empezar, en su delicada tensión entre un compilado (de sus 16 canciones , 7 pertenecen a álbumes anteriores de la banda) y una propuesta estética definida (quizá el momento de la discografía posterior a 1980 más cercano al gesto folk de "Songs from the woods" y "Heavy horses"), además de un concepto clarísimo que parte de la cosa navideña, especialmente desde el uso de melodías tradicionales de la fiesta, tanto en el delicioso medley "Holly herald" como en piezas individuales como "God rest ye merry, gentlemen" (que en rigor también había sonado como parte del medley instrumental del disco 1 de "Bursting out&q

"De mysteriis dom. Sathanas", Mayhem, 1994, Deathlike Silence

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Si seguimos a Eugene Thacker y su lectura del black metal en tanto género -articulada por la pregunta en apariencia simple sobre las connotaciones del término "black"- aparece una división en tres categorías: el black metal de resonancias paganas -una escena que, por cierto, para comienzos de los 90 empezaba a perfilarse y generab a cierto conflicto con la segunda de las categorías, que retiene algo de "old school"-, tipificado por discos como los de la trilogía de Ulver ("Nergtatt", "Kveldssanger" y "Nattens madrigal"); el black metal más "clásico", de corte satánico o satanista, y una opción al margen de la división anterior más cercana a un antihumanismo o transhumanismo -en lo filosófico- y al noise o el dark ambient en lo sonoro o musical. De esa línea más clásica y satánica sin duda que el primer álbum de Mayhem representa el momento más importante o acaso incluso arquetípico; curiosamente, más allá de toda la cosa dem

"David live", David Bowie, 1974, RCA

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Después de algo así como 20 años de escuchar los discos de David Bowie llegué, hace no tanto, a un momento en que, honestamente, la etapa glam es la que menos me interesa; justo esa que marcó mi entrada deslumbrada al campo Bowie. En mi proyecto de escritura sobre el tema, de hecho, pienso antes que nada en tres grandes momentos sobre los que escribir: la etapa tardía ("The next day", "Sue", "Blackstar", "No plan"), el giro europeo (" Station to station", "Low", "Heroes", "Stage", "Lodger", "Scary Monsters", "Baal") y, como si se tratara de intuir allí al mayor misterio de todos, los horrendos discos de los ochentas y los singles y soundtracks asombrosamente mejores ("Let's dance", "Absolute beginers", "Tonight", "Underground", "This is not America", "Never let me down", "Tin machine"); quedan los nove

"Ex Eye", Ex Eye, 2017, Relapse Records

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Cabe pensar que "jazz" y "metal" remiten a sensibilidades de alguna manera contrapuestas; será por eso que cuando se habla de una fussión entre ambos géneros yo me entusiasmo. Por supuesto, si el resultado compite con virtuosismo vacío con lo peor de Dream Theater o con una versión pesada de tantas bandas de jazz fusión rockerito de los setentas, la cosa se complica. Por suerte no es lo que pasa con Ex Eye, el álbum (y la banda del mismo nombre) del saxofonista Colin Stetson junto a Greg Fox, que a cada momento de sus cinco piezas mastodónticas se vuelve el equivalente de ponerse a merced de una tempestad de yunques. Dicho de otro modo: por suerte se prescindió de las sutilezas. Eso no quiere decir que "Ex eye" plantee música básica y brutal, ni mucho menos: por el contrario, la propuesta, refinadísima, está más cerca del metal matemático a la Tool que de erupciones de noise aleatorio pautado por el doble bombo más infernal. Pero, claro, el noise es pa

"Diadem of 12 stars", Wolves in the throne room, 2006, Artemisia Records

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Sin apartarse realmente de la matriz blackmetalera, y logrando trepar -al menos a mi gusto- a una de las posiciones más altas en cuanto a logro estético dentro del género, el primer álbum de Wolves in the throne room logra abrir lo suficiente la trama del black metal como para permitir que se mueva la brisa de otros géneros, no necesariamente metaleros. El disco incluye cuatro composiciones largas ( 12 minutos promedio), y si bien acaso sea inevitable ver en las dos partes de "Face in a night time mirror" el punto más alto de la propuesta, es dificil en realidad detectar diferencias de calidad y expresividad tan marcadas como para separar las canciones de acuerdo a un juicio de valor posible. Se trata, es decir, de un disco homogéneo en su propuesta global, pero lo suficientemente heterogéneo a nivel de detalles como para que el title track (y última pieza del álbum) se permita secciones thrash metal y para que las cuatro composiciones incluyan siempre fondos dark-ambient

"The last concertos", W.Mozart, 2008 (1791), Freiburger Barockorchester, Harmonia Mundi

La noción de estilo tardío -desde Adorno y después Said- es una de las narrativas más interesantes a la hora de pensar/ficcionalizar las relaciones entre vida y obra. Sin duda que el momento más dramático del concepto es la lectura adorniana -y a partir de ahí generalizada- de los últimos cuartetos de Beethoven, pero tiene su interés pensar, por ejemplo, los tres (o cuatro) discos de Bowie de la segunda década de los dosmiles ("The next day", el single "Sue", "Blackstar" y el EP "No plan"). En cierto sentido -más de uno dirá "salvando las distancias" o "asumido el cambio de escala"- lo de Bowie y lo de Beethoven es similar: dos creadores de gran peso histórico en su arte que, en sus últimos años y ante la idea más o menos certera de una muerte inminente, producen obras más desafiantes y radicales que las que ellos mismos habían producido en su juventud o su plenitud. Seguramente lo que no vale la pena es generalizar el conc

"The final cut", Pink Floyd, 1983, Harvest/Columbia

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Se puede pensar lo que se quiera sobre el expresionismo romántico a ultranza de Roger Waters, pero es dificil negar que hacia "The final cut" -concebido originalmente como un álbum que acompañara, en plan banda sonora, a la película "Pink Floyd - The wall", pero después convertido en un disco conceptual concebido a partir de la guerra de las Malvinas- el bajista, único compositor de las 12 (o 13 en las ediciones posteriores a 2014) canciones del álbum, se encuentre en uno de sus picos, no sólo como letrista sino también como creador de paisajes sonoros. En ese sentido, "The final cut" es un álbum especialmente interesante de Pink Floyd, ya que se aparta de la línea de belleza y voluptuosidad musicales inaugurada por "Wish you were here" y más o menos presente en los dos discos que siguieron; de alguna manera, entonces, el disco de 1983, que no es de escucha fácil, suena a una concentración de los momentos menos estrictamente "musicales&qu

"Black tie white noise", David Bowie, 1993, Savage

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Probablemente 1993, con Tin Machine todavía agitando las aguas y la pésima seguidilla de los ochentas aún cerca, para que Bowie incluyera en su décimo octavo álbum de estudio la canción que diez años más tarde sería lo mejor de "Reality"; es decir, dada la estética de house melódico y elegante que se abre camino a lo largo de "Black tie whit e noise", cabe imaginar una versión inferior de "Bring me the disco king", y que en ese sentido los diez años de espera le hicieron justicia a la pieza. Esto no quiere decir que el contexto del álbum de 1993 fuera negativo desde donde se lo viera: si algo vale la pena de "Black tie white noise" es precisamente el ambiente que conecta las canciones, en el que la trompeta de Lester Bowie y las programaciones electrónicas son fundamentales. Además, esos primeros experimentos -primeros desde los ochentas, es decir, ya que la incorporación definitiva de la electrónica al rock ya la había sido hecha en "Low&

"Stratification", Wold, 2008, Profound Lore Records

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Posiblemente Wold represente, al menos o de manera suficiente con el cuarto de sus álbumes, ese momento digamos lógico en que el black metal deja de ser un género definido en el contexto de las variantes del metal y se funde con el noise y el dark ambient en sentido amplio. De hecho, cabe pensar que lo mejor de "Stratification" está en el t itle-track y el final ("Auld tree"), ambas composiciones que prescinden de las voces blackmetaleras y funcionan como loops obsesionantes de ruido, una suerte de oleaje monocromático en el que sólo las mínimas diferencias en el grano y la textura permiten distinguir un loop de otro en la sucesión (casi una parodia de la estructura verso/estribillo) que hace a las composiciones. Dicho de otro modo: cuando aparecen las voces blackmetaleras lo hacen como entre comillas, como un elemento ajeno al fondo sonoro o, mejor dicho, como un elemento imposible de relacionar con el fondo de una manera legible o articulable. Y en esta línea

"Flowers", The Rolling Stones, 1967, London/ABKCO

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A la hora de pensar en qué es un álbum (y por extensión qué es un álbum de concepto) es interesante considerar la diferencia entre los "álbumes" propiamente dichos y los "compilados", y en esa línea el caso de "Flowers", el segundo compilado en la discografía de los Stones (lo precedió "Big hits (high tide and green grass)", de 1966), es espe cialmente significativo. En gran medida porque pasadas las décadas el disco funciona como un álbum, y no es exactamente dificil plantear hipótesis para justificarlo. Para empezar, todas sus canciones están tomadas de un período muy específico: el que incluye a dos álbumes de estudio profundamente influidos por "Rubber soul" y "Revolver", es decir "Between the buttons" y "Aftermath", lo mejor que habían producido -en particular el último- los Stones hasta ese momento. De hecho, las doce piezas de "Flowers" están seleccionadas de o bien la versión UK o la est

"Carry fire", Robert Plant, 2017, Nonesuch/Warner Bros

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Primero, lo obvio: la discografía solista de Robert Plant es, con lejos, la más interesante producida por un ex-Led Zeppelin, incluyendo los trabajos de producción del gran John Paul Jones; después, también es cierto que operó en Plant un crecimiento, desarrollo, llámenlo como quieran, y desde "Dreamland" a "Mighty ReArrenger" hasta "Rai sing Sand", y después el buenísimo "Lullaby and... The Ceaseless roar", el cantante de Zep terminó por ofrecer ya no sólo la mejor carrera solista de un ex Zeppelin sino de probablemente un veterano de la escena de bandas hardrockeras/prog de los setentas. Y eso no es poco decir. En cierto modo -hay que escucharlo más veces, pero este reporte temprano no puede estar tan desencaminado dado lo claro que habla el disco- la última producción de Plant con su banda (The sensational space shifters) es lo mejor de 2017 y seguramente lo más cercano a una obra maestra en la que se viera involucrado Plant desde "In

"So, black is myself", Keiji Haino, 1997, Alien8 Recordings

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En una primera instancia no es dificil hablar del disco de 1997 de Keiji Haino; a la manera de "What??", de Folke Rabe, su eje es la superposición de dos tonos ligeramente desafinados uno en relación al otro (digamos 440hz y 442hz, por decir algo) e ir después variando sus frecuencias para jugar con los efectos de esa percibida desa finación. Cualquiera que haya afinado una guitarra sabe de qué estoy hablando: esa ondulación, ese burbujeo, esa textura generada por los sonidos. Pero hay más: a eso que cabría llamar el "eje" de la composición, Haino suma otros tonos, generalmente en octavas y a veces, las menos, en quintas, y también juega con la afinación, para abrir la textura y su consecuente imagen o paisaje sonoro; después, a su vez, le agrega percusión e irrupciones de otras fuentes de sonido (la principal es un simple generador de tono), notablemente, pasada la mitad de la pieza, su propia voz.   Y ahí está la clave para pasar a otro nivel, más interesante,

"Alien", Larry Heard, 1995, Black Market International

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Quizá lo mejor de "Alien", el álbum de 1995 de Larry Heard, esté en "Faint object detection", su primera pieza, una por momentos siniestra apropiación del minimalismo en clave electrónica. Eso, en sí mismo, es una propuesta conceptual no carente de interés: la electrónica, entendida desde su momento basal en los setentas, comparte con el minimalismo el interés por el sonido antes que la música, y sin duda el énfasis de los posteriores subgéneros (dance, house, DnB, etc) en lo rítmico no está del todo separado de los esquemas de Steve Reich o Philip Glass, cuya versión digamos "rockera" se encuentra, como es sabido, en "Discipline", de King Crimson. Pensemos, es más, que el tipo de arpegio obsesivo y antiexpresivo típico de cierto minimalismo es, en esencia, lo mismo que opera desde una secuencia de sintetizador; eso, entonces, que a principios de los setenta era asombroso y que pronto fue capitalizado y estandarizado por bandas pioneras de la el

"Roots to branches", Jethro Tull, 1995, Chrysalis

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Sin duda lo más notorio a primera vista del decimonoveno álbum de estudio de Jethro Tull son sus sonoridades indias y árabes, que parecen ocupar en la propuesta el lugar de las melodías folk inglesas en clásicos como "Songs from the woods". Pero el álbum es más variado que eso y más interesante también; es cierto que para 1995 cierta world mu sic fusionada con el rock era un elemento común a la obra de músicos de los sesentas y setentas que hacían su regreso a sus anteriores niveles de calidad tras un vacío importante en los ochentas (no fue el caso específico de Jethro Tull, ya que, en rigor, su retorno a la forma operó en 1987 con "Catfish rising", y se prolongó hasta 1991, cuando salió "Catfish rising", acaso el mejor de esa última trilogía de discos), y si bien hay por ahí alguna que otra pieza fascinante, en el caso de "Roots to branches" el poder sugerente de la hibridación rockera/prog/world music más o menos se termina después del titl

"David Bowie", David Bowie, 1967, Deram

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Voy a empezar por una confesión: no soy especialmente fan de la etapa sesentera de David Bowie, y eso incluye por supuesto "Space oddity", que fuera editado originalmente como "David Bowie" en 1969; técnicamente, "The man who sold the world" también pertenece a la década de 1960, pero ya en su sonido hay elementos más que cercanos a "The rise and fall   of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars" y, en general, a lo que hizo de Bowie Bowie hasta, más o menos, 1974, de modo que no lo cuento como uno de sus discos basales o sesenteros. No estoy señalando, por cierto, que esta vasta, para nada deleznable etapa de la obra de Bowie (entre 1964, cuando apareció "Liza Jane", su primer single y bajo el nombre "Davie Jones with the King Bees", hasta 1969, pasan el mismo número de años que entre "Young americans" y "Scary monsters", con todos los cambios que eso implica) carezca de valor; por el contrario, lo qu

"Último bondi a Finisterre", Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, 1998, Patricio Rey Discos

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Loops, texturas que remiten a la música electrónica, trabajo de estudio en oposición a la expresividad de la música en vivo y el impulso a acercarse a cierta contemporaneidad parecen nociones peleadas con la condición más fácilmente pensable desde no tanto los álbumes en sí sino más bien la leyend a o la presunta "alma" o "esencia" -actualizada por sus seguidores acérrimos y por la crítica que más o menos los representa- de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, y por eso, casi con certeza, el octavo álbum de la discografía fue y es resistido por los fans, pese a que no pocas de sus canciones parecen haberse elevado al estatus de clásicos de la banda. ¿Pero y si de "Último bondi a Finisterre" fuéramos a decir que se trata del mejor álbum de los Redondos? No sólo no vale la pena establecer esas jerarquías sino que, notoriamente, el pronunciamiento es inseparable de un lugar estético o incluso ideológico de enunciación, y por ahí, en la consideración d