"Hail to the thief", Radiohead, 2003, Parlophone - Capitol

Después de "Kid A" (2000) y "Amnesiac" (2001), dos álbumes que se espesaban en paisajes sonoros extraños e incorporaban elementos de free jazz, electrónica y música de vanguardia, Radiohead propuso una suerte de síntesis entre esa última estética y sus trabajos más antiguos, orientados al rock y a las texturas de guitarras. El resultado es un álbum especialmente rico, que parece crecer con cada escucha y que acaso pueda pasar por la última obra maestra de la banda.
Es posible, en líneas generales, dividir a las canciones en dos grupos y discriminar así las más electrónicas de las que retoman un sonido guitarrístico o rockero. Así, "The gloaming (softly open our mouths in the cold)", acaso uno de los momentos más bellos del álbum, ofrece un ambiente inquietante armado con un pulso del bajo y una serie de capas de percusión construidas con loops de cinta a la manera de los experimentos de Brian Eno a mediados de la década de 1970. A la vez, la melodía vocal es la principal responsable empuja la composición hacia algo parecido a una canción, y lo que se logra maravillosamente es la superposición (como pasaba, por ejemplo, en los discos de Can con Damo Suzuki) de dos universos musicales que se experimentan como diferentes o en principio separados. El poder evocativo (los sonidos que burbujean entre la percusión pueden recordar tanto desperfectos en la reproducción de un vinilo como interferencias en una transmisión de radio) de la pieza es enorme, y el contraste con la canción que sigue marca algo así como la matriz estética del álbum. "There there (the boney king of nowhere)", entonces, ofrece un ritmo hipnótico y a la vez -comparativamente con su precedente al menos- lleno de vida, bellamente complementado por el trabajo vocal de Thom Yorke. La canción evoluciona por secciones que parecen expandirse hacia un universo cada vez más inquietante; en este sentido, el cambio más notorio en la canción aparece en 3:16, cuando a la base rítmica se le portan efectos de reverb y sonoridades nuevas en las guitarras, que desembocan en una explosión de overdrive hacia el final.
Sigue el momento más mínimo del álbum (tanto en cuanto a sonido como a la mera duración de la pieza) con "I will (No man's land)", reducida a la voz de Yorke y sus armonías y a una guitarra eléctrica que suena irresistiblemente limpia y densa. Otras de las composiciones más electrónicas son "Backdrifts (Honeymoon is over)", que incluye un sorprendente interludio de piano y evoluciona hacia un trabajo minucioso en las texturas, y "Sit down, stand up (Snakes & ladders)", que destaca especialmente por la coda -más intrincada e intensa- que arranca hacia 3:04.
Si bien algunas de las composiciones incorporan ritmos más reconocibles (el funk en "A punchup at a wedding (No no no no no no no no)", por ejemplo) o una presencia más intensa de las guitarras ("Go to sleep (Little man being erased)", con su riff que intercala compases de 4/4 y 6/4) siempre es conservada una riqueza impresionante de sonidos, incluso al nivel de arreglos mínimos o pequeños detalles que aportan al juego con las texturas, y en ese sentido se mueve la complejidad y riqueza del álbum.
Quizá el momento más oscuro esté marcado por "Myxomatosis (Judge, jury & executioner)", llevada adelante por una enervante línea de bajo fuzz sumamente alta en la mezcla y vuelta especialmente siniestra con el añadido de los sintetizadores hacia 1:11.
La banda, curiosamente, optó por minimizar la importancia del álbum con el tiempo, y llegó a criticar su extensión excesiva (aunque en rigor 56:37 no parece demasiado para un álbum en la era del CD y es apenas tres minutos más largo que el más celebrado "OK Computer", de 1997) y la alegada urgencia con la que fueron grabadas las composiciones. Quizá, sin embargo, allí esté el punto fuerte de "Hail to the thief": un disco que puede sonar más a proceso, a experimento, a panorama heterogéneo que a una obra más redonda en el sentido convencional del término.

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