"Little earthquakes", Tori Amos, 1992, Atlantic / East West


La propuesta estética, musical y expresiva del primer álbum de Tori Amos es tan rotunda y precisa que no es fácil apreciarlo de otra manera; cierta delicadeza de base y los momentos de tremenda erupción, la fragilidad, la sensibilidad, las zonas más oscuras de las letras (y las más literales), la construcción de la figura de Amos como artista (como arquetipo de tantas cantantes de los noventas, de hecho), la belleza asombrosa de su voz y su destreza con el piano hacen que poco más importe; Tori Amos podría grabar veinte álbumes que sigan el patrón de "Little eartquakes" y aún así la experiencia de escucharla una vez más valdría la pena, tan clara está esa "zona Amos" y tan fascinante puede llegar a resultar. Algo así, de hecho, sucede con sus covers, "Angie" acaso el más impresionante.
Pero esa delicadeza o "fragilidad" tan fáciles de invocar retroceden ante la oscuridad de buena parte de las canciones de "Little eartquakes", el lado siniestro, digamos, el costado más inquietante de un disco inquietante. Sin duda que el álbum cierra de modo magistral: no es posible no conmoverse con "Me and a gun", en la que suena apenas la voz de Amos y que relata una experiencia de violación, o estremecerse con "Little earquakes", que ofrece, como final de disco, un paisaje de miniaturas infernales: no hay acaso en el disco un momento más terrible, de hecho, que el juego entre la voz y la guitarra hacia 3:30 y la sección inmediatamente posterior, con esa voz grave fantasmal que suena exactamente como si fuera la sombra de lo cantado.
La apertura, con "Crucify", es igualmente efectiva, y la melodía del estribillo ("I crucify myself") está sin duda entre las mas bellas de su década; el lado más luminoso (por llamarlo de una manera evidentemente poco acertada, pero pensémoslo así al menos de manera relativa, en comparación con los "otros" momentos del disco) y más cercano a ese combo de fragilidad, sutileza y delicadeza al borde de estallar que aparece como la base del sonido del álbum, es el que suena en "Silent all these years" y "China", a la vez que lo más siniestro -y en cierto modo todavía más interesante, al menos desde treinta años y pico más tarde- asoma en las secciones variadas y sorprendentes de "Precious things" (entre mis dos o tres canciones favoritas del disco) y los paisajes sonoros que van configurándose detrás de la voz, así como también en "Girl" y su apabullante profusión final de voces.
Quizá el punto más alto del disco (además de su principio y su final) esté en "Winter", en particular en la aparición, hacia 3:40, de un arreglo para bronces que dialoga de modo casi épico con las cuerdas. En el contexto de la canción, es decir, ese interludio funciona como un extrañamiento fuertísimo del sonido.
Es ese lugar siniestro, retorcido y en última instancia extraño, entonces, el que termina -cabe pensar- por ofrecer lo mejor de "Little earthquakes", y el disco parece parece hacerse cargo de eso incluyendo, a modo de descanso de esas maravillas, la yuxtaposición de piezas acaso menores, como "Leather" y "Mother", además de la más deliberadamente pop "Tear in your hand".

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