"Violator", Depeche Mode, 1990, Mute

Cierta oscuridad especialmente apreciable en el séptimo álbum de la banda, y acaso su obra maestra, ya era notoria en "Black celebration" (1986) y "Music for the masses" (1987), pero es sin duda en este "Violator" que esa cualidad alcanza su mejor expresión. Hay, para empezar, una suerte de simpleza, de cosa básica: riffs angulares que en otro momento habrían sonado desde guitarras eléctricas y presentado a la música en cuestión como hard rock, son propuestos desde sintetizadores y programación, como en una versión despojada y agresiva de las secuencias de Tangerine Dream. En ese sentido, "Personal jesus" suena al esqueleto de un blues o, mejor, a un esqueleto bailando frenéticamente en un pantano de Luisiana mientras el diablo le cobra la deuda a Robert Johnson. Y por supuesto que hay mucho más que el riff de octava y tercera menor, que aparece envuelto en un rico panorama de imaginería sónica electrónica, con bips y chasquidos burbujeando por toda la figura del estéreo.
"Violator" es un disco asombrosamente consistente; sin duda la canción recién mencionada es un standout, pero también lo son "Enjoy the silence" -con su desolación hiperelegante, como si se resignara a que en este mundo hay que bailar, con sus texturas refinadísimas-, "Policy of truth" -que suena a un techno dance ochentero parasitado por una criatura industrial- y la tensa, ansiosa e incesante "Sweetest perfection" -un favorito personal junto al cierre, con su dramatismo creciente y el no-alivio de sus estribillos armonizados con una segunda voz fantasmalmente grave, con la reafirmación de la percusión en la segunda mitad y la cualidad de cántico cuasisectario del final, propio de acólitos ciberpunks de Cthluhu.
Pero ¿cómo no nombrar el riff amenazante de "Halo" y esa fanfarría sintética que irrumpe de inmediato, justo antes de la aparición de la voz, o la percusión que se vuelve todavía más insistente, o el estribillo, o las cuerdas que se asoman al final? ¿O el comienzo en plan "declaración de principios" a cargo de "World in my eyes"?
Acaso la única canción que palidece relativamente sea "Blue dress", ya que "Waiting for the night" retiene la singularidad de la única canción más o menos apacible del álbum, pero aunque parezca que no suma gran cosa a lo ya dicho, hay algo en su sonido que parece adelantarse a las sonoridades de "Achtung baby" (1991), de U2. Y, por supuesto -como si la banda hubiese entendido que "así nomás" no bastaba- a los 4:20 se configura otra cosa, una pequeña pieza instrumental que suena a dark ambient.
Pero lo mejor queda para el final: "Clean", con su introducción homenaje a "One of these days", de Pink Floyd en el álbum Meddle (1971), y por tanto su notoria vuelta a las raíces de la electrónica, y la sensación de que se trata de una entidad inmensa y oscura que se acerca irremediablemente a nosotros... hasta que, cuando pasa de largo, no deja sino un paisaje completamente arrasado.
"Violator" es un disco virtualmente perfecto, una suerte de "Led Zeppelin IV" del final exacto de los ochentas.

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