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Mostrando entradas de abril, 2017

"Meddle", Pink Floyd, 1971, Harvest/Capitol

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La primera obra maestra de Pink Floyd es sin duda su sexto álbum de estudio, que hace uso de todos los recursos de la música ambient (antes de que tal nombre fuera popularizado y antes de que los mejores ejemplos del género fueran grabados) en un contexto de rock, pop, psicodelia e incluso hard rock. Es decir: con "Meddle" la banda alcanzó un nuevo nivel -inusitado todavía en el rock en general, aunque por supuesto que cabe distinguir precedentes, "1983..." de Hendrix uno de ellos- en cuanto a atmósferas y texturas. La primera de las composiciones ya establece esa estética de manera clara y rotunda: dos bajos (uno con cuerdas viejas y de sonido opaco, el otro ecualizado con mayor brillo y con un set asombroso de armónicos) pasados por una caja de delay para lograr un patrón de corcheas y semicorcheas alternadas; el clima generado (al que se suman notas de órgano paneadas y con abundante reverb y eco reverso) es oscurísimo y tenso, y es arrojado a la forma más bá

"Physical graffiti", Led Zeppelin, 1975, Swan Song

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En la historia del rock hay discos perfectos -"Revolver", "Sticky fingers", "Close to the edge", "Axis: bold as love", "Siamese dream", "Low", "Highway 61 revisited"- y también álbumes dobles ("Blonde on blonde", "Exile on main street", "Tales from topographic oceans", "Electric ladyland"). Estos últimos -de los que el arquetipo, en realidad, no es uno de los recién mencionados sino "The Beatles", A.K.A. el álbum blanco- son imperfectos, excesivos, ambiciosos, pretenciosos, heterogéneos y no siempre (la excepción acaso sea el de Dylan) consistentes; si la excelencia en la confección de un álbum queda definida por trabajos claramente contorneados donde no sobra ni falta nada, el álbum doble -el álbum doble relevante, es decir- desafía ese esquema de valores: es anticanónico pese a que su mejor ejemplo pertenece al centro del canon, es barroco en su estética asimétri

"Conciertos de Brandeburgo", J.S Bach, 1721 (2013), Harmonia Mundi, versión de Freiburger Barockorchester

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En 2013 la orquesta alemana Freiburger Barockorchester -que había contribuido al sello Harmonia Mundi sus bellísimas versiones de las sinfonías 38-41 de Mozart, dirigidos por Rene Jacobs- grabó los seis "conciertos para varios instrumentos" (a.k.a. los "conciertos brandeburgueses") de J.S.Bach. Cada nueva versión de esta obra maestra de la música occidental -e indudablemente una de las piezas orquestales clave del barroco- parece verse en la dificil posición de tener que ofrecer algo nuevo, sea un timbre novedoso desde alguno de los instrumentos (como pasa con las grabaciones de las orquestas que emplean instrumentos de época) o alguna audacia de tempo o instrumentación (como por ejemplo no doblar los instrumentos y dejar apenas el número mencionado en la partitura); la versión de la Freiburger Barockorchester, en ese sentido, propone tempos especialmente veloces en algunos momentos (el allegro del tercer concierto, el cuarto movimiento del primero, al que, de pas

"Vitalogy", Pearl Jam, 1994, Epic

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Si bien vendrían después otros experimentos sónicos (en "Binaural", de 2000) y una arriesgadísima reformulación de la estética musical de la banda (en "No code", de 1996), es el tercero de los álbumes de Pearl Jam el que incluye las composiciones más extrañas de la discografía. A la vez, cabe encontrar en "Vitalogy" una continuación, radicalización o exacerbación del sonido crudo y punk de "Vs": la producción es aparentemente simple, abundan las canciones de tempos acelerados y hay poquísimos solos de guitarra o arreglos sutiles y melódicos; esto queda más que claro con las dos primeras canciones, "Last exit" y -especialmente- "Spin the black circle", y el gesto reaparecerá más adelante en "Whipping" (una de las mejores del disco, con su muro de distorsión y la vocalización casi al nivel de un mantra neurótico de Eddie Vedder) y "Satan's bed", con la beatlesca (como una suerte de Beatles mutantes y gr

"Revolver", The Beatles, 1966, Parlophone/Capitol

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Quizá buena parte de lo que propone el séptimo álbum de The Beatles ya aparecía esbozado en los anteriores, especialmente en el predecesor "Rubber soul"; sin embargo, no hay otro disco en el catálogo de la banda en que las innovaciones sonoras y la experimentación alcance un máximo de densidad tan deslumbrante. Si bien es posible -y también discutible- que "Sgt.Pepper's lonely hearts club band" (1967) haya alcanzado una importancia más marcada en la historia del rock, y que pueda desde ahí pensarse tanto como el más relevante y/o mejor disco de la banda, desde hace casi dos décadas que "Revolver" parece cargado de una autoridad especial a la hora de reclamar para sí esos lugares, y sin duda parece un álbum más cohesivo y homogéneo. De hecho, incluso las piezas más claramente pop ofrecen tantos elementos de interés que se mantienen al mismo nivel que las más experimentales. Un ejemplo de esto podría ser "Here, there and everywhere", que adem

"Music for 18 musicians", Steve Reich, 1978 (versión original, ECM), 2015 (versión de Ensemble Signal, Harmonia Mundi)

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Posiblemente la obra maestra de la escuela minimalista (y también de su autor), "Music for 18 musicians" es una fuente inagotable e intrincada de maravillas. El esquema formal que la genera es engañosamente simple: hay once acordes y once secciones, cada una de ellas pensada para explorar uno de los acordes expandiéndolo con pequeñas frases melódicas reiteradas una y otra vez. Estas frases quedan a cargo del piano, las marimbas y los xilófonos (a los que se suma algún o algunos metalófonos: celesta, vibráfono apagado, glockenspiel, saron, etc), mientras que las notas más prolongadas que componen los acordes son relegadas o bien a la voz humana o bien a instrumentos de viento, a cuyos músicos se les demanda que sostengan las notas lo más posible; así, los ciclos del aliento contribuyen a establecer "pulsos" en la obra. Todas las secciones ofrecen momentos sobrecogedores; las notas profundas de la sección quinta pasada la mitad, por ejemplo, junto al movimiento de

"Led Zeppelin II", Led Zeppelin, 1969, Atlantic.

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Acaso más impresionante que el gesto inaugural del primer álbum de Led Zeppelin es la distancia -en términos de desarrollo musical y conceptual, ya que en cuanto a tiempo no pasaron más de diez meses- que separa a este de su sucesor, uno de los dos o tres álbumes más influyentes de la década de 1970 (aunque publicado en el penúltimo año de la anterior) para el campo del hard rock y el metal. De hecho, un disco que incluya "Whole lotta love" y "Heartbreaker" probablemente no necesite nada más que decir en el ámbito estricto del género o géneros al que o a los que cabe incorporar ambas composiciones, y de hecho todo lo demás (incluyendo algunos de los mejores momentos del álbum) va más allá; es decir, sólo con el componente hard rock del álbum el impacto en la historia del rock estaba asegurado, pero "Led Zeppelin II" incluía mucho más. Para empezar estaba el refinamiento de las técnicas de producción: el uso del eco en reversa (que ya aparecía tentativa

"Ambient 1: music for airports", Brian Eno, 1978, E.G./Polydor/PVC

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Tanto Terry Riley como Steve Reich, La Monte Young y Stockhousen, Ligeti y Satie, John Cage y Philip Glass, por nombrar sólo a los más importantes y consabidos, produjeron música que cabría llamar "ambient", pero nadie usaría el término ni percibiría al género como tal de no ser por Brian Eno. En las notas que acompañaban su sexto album de estudio el concepto quedó expuesto bajo la forma de una suerte de manifiesto: Eno comienza señalando que las empresas proveedoras de música diseñada específicamente como un accesorio a ciertos entornos ceden a la idea de suavizar o difuminar las características distintivas de esos entornos y a ofrecer productos ligeros y derivativos, pero que la noción misma permite y demanda un enfoque diferente, más arriesgado y atento a hacer, precisamente, lo contrario: a realzar cualidades, a incidir en estados mentales, a no "eliminar la duda y la incertidumbre" de la música (es interesante que Eno escriba "all sense of doubt",

"Strange days", The Doors, 1967, Elektra

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Si bien menos heterogéneo que su predecesor (y en ese sentido un poco más pobre), el segundo álbum de The Doors (cuya grabación se nutrió de piezas compuestas en los primeros momentos de la banda, previos a la grabación de "The Doors", de 1967, lo cual por momentos parece sugerir que lo mejor fue elegido para el debut discográfico y que por tanto buena parte del material de "Strange days" se parece a un conjunto de descartes) representa, en sus mejores momentos, un paso adelante en el refinamiento de los paisajes sonoros y cierta voluntad de riesgo. Esto es especialmente notorio en "Strange days", la canción que lo inaugura y uno de los primeros usos del sintetizador moog en el contexto de un álbum de rock. La atmósfera lograda es tensa, y parece ocultar más de lo que ofrece, siempre de la mano de las imágenes en las letras de Morrison, con sus noches de piedra y sus espacios cerrados en los que algo siniestro está por suceder o acaso acaba de pasar. E

"What??", Folke Rabe, 1970, WERGO (1997: Dexter's cigar)

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Puestos a dividir en subgéneros la música ambient parece fácil encontrar ciertos paradigmas posibles; por un lado cabe pensar en las piezas generativas, en las que lo que escuchamos es el "producto" de un "proceso" dejado a su funcionamiento, sin una intervención humana significativa y de paso esquivando la idea de la música como expresión de un sujeto -"Discreet music" (1975), de Brian Eno, sería el ejemplo más consabido-, y, en el lado opuesto de una dicotomía posible, a aquellas (vamos a llamarlas "deliberadas") preparadas -como si de un paisaje pictórico se tratara- a consciencia, sección por sección, con un "productor" que elije, ordena y dispone los sonidos con una intención posible -"The pavilion of dreams" (1978), de Harold Budd, podría funcionar como ejemplo, salvo que no se lo considere parte del género ambient-. Otro eje posible es el basado en la presencia o ausencia de una narrativa o un forma de progreso linea

"Brain salad surgery", Emerson, Lake & Palmer, 1973, Manticore

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Es posible que la portada, a cargo de H.R.Giger, sugiera una estética más ominosa, oscura o siniestra que lo que finalmente ofrece el cuarto álbum de estudio de Emerson, Lake & Palmer, pero si pensamos en el trabajo completo del suizo (que incluía tanto el rostro femenino más plácido y no menos biomecánico que revelan las dos mitades de la tapa de la edición original como una pija que dejaría claro que "brain salad surgery" es un eufemismo pintoresco para "fellatio") el concepto general es acaso más sutil y permite pensar que también en la música debemos buscar matices. Por otro lado, el disco deja claro desde su apertura que se trata de una dosis atronadora y virtuosística de música y musicalidad. Y es fácil hablar de "excesos" -se usó mucho el término en reacción al rock progresivo, pero convengamos que los músicos del género habían salido de conservatorios y eran de clase media, en lugar de la cosa más proletaria del rock más simple, directo, vis

Fear of a blank planet", Porcupine Tree, 2007, Roadrunner/Atlantic

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Después de escuchar el noveno y penúltimo álbum de Porcupine Tree queda claro por qué Steven Wilson ha logrado tantas maravillas en el arte del remasterizado y remezcla de álbumes clásicos del rock progresivo: la calidad del sonido de "Fear of a blank planet", es decir, es tan asombrosa que por momentos los juegos de texturas, timbres en las guitarras, arreglos sutiles y detalles vuelven irrelevantes otros va lores posibles en la composición y la interpretación. Sin embargo, en los mejores momentos del álbum -la extensa "Anesthetize" el más alto, sin lugar a dudas- el talento de los músicos implicados y la cuidada performance vocal de Wilson (por no mencionar sus habilidades como guitarrista) terminan por confirmar que esas cualidades de interpretación y composición pueden ser igualmente considerables, y de paso logran establecer firmemente a la propuesta de la banda entre lo más interesante del neo-prog o el metal progresivo, una línea continuada por los trabajo

"First rays of the new rising sun", Jimi Hendrix, 1997, Sony Music

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No han sido pocos los intentos de responder (y lucrar con) la pregunta acerca de cómo habría sonado un álbum de estudio lanzado por Jimi Hendrix después de "Electric ladyland" (1968). La muerte del músico dejó, es sabido, una serie de grabaciones y otras tantas pistas bajo la forma de sus decisiones estéticas a la hora de armar una banda para tocar en vivo (la recogida en el álbum "Band of gypsies", de 1970, la ensamblada para la performance en Woodstock, llevada a CD en 1994 como el álbum "Woodstock", expandido en 1999 como "Live at Woodstock"), y en una fecha tan temprana como marzo de 1971  apareció "The cry of love", el primer álbum póstumo que intentaría apuntar a la dirección que tomarían los trabajos de estudio interrumpidos por la muerte. Siguieron "Rainbow bridge" (1971), "War heroes" (1972), "Loose ends" (1974), "Crash landing" (1975), "Midnght lightning" (1975) y "Nine

"Hours...", David Bowie, 1999, Virgin

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Quizá ya sea tiempo de revalorar al vigesimoprimer álbum de David Bowie, lanzado al filo del siglo XX y, de paso, el primer disco completo vuelto disponible en la red incluso dos semanas antes de su publicación física. Pero ¿qué pasa? Que no es fácil. Después del bajón -en calidad, en audacia, en pretensiones- de la década de 1980, Bowie se las había arreglado para producir cuatro álbumes que notoriamente experimentaban con estilos y sonoridades no exploradas del todo en su obra anterior; quizá el menos interesante (o el más envejecido) de esa tetralogía sea el primero, "Black tie white noise" (1993), pero ya con "The Buddha of suburbia", del mismo año (que comenzó como un soundtrack y evolucionó en un álbum legítimo) parecía que Bowie había vuelto a la arena experimental y arriesgada. El punto más alto de este momento, qué duda cabe, es "1.Outside" (1995), uno de los proyectos musicales más ambiciosos de su década, para Bowie o para cualquier otro músi

"1.outside", David Bowie, 1995, BMG/Arista/RCA/Virgin

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Acaso sea el decimonoveno álbum de David Bowie el momento de su carrera en que más claramente en evidencia quedó la distancia entre ciertos objetivos y la realización final. No porque "1.Outside" sea un álbum fallido o, mucho menos, deficiente -es, de hecho, el más interesante de los que grabó en los noventas-, sino porque indagar en el proyecto original hace inevitable el escalofrío ante lo que pudo haber sido y, lamentablemente, no fue. Por cierto que el álbum tiene sus defectos, y algunos de ellos -su longitud acaso excesiva, el desbalance entre los segmentos ambient y narrativos y las composiciones más cercanas al formato canción, su sonido áspero y fino- surgen probablemente de la dificultad inherente lidiar con el enorme alcance de los planes originales, que acaso demandaba a un Bowie en mejor forma creativa -es decir el de 1976-1980 o el de 2011-2016. Las premisas son todas fascinantes: primero, volver a trabajar con Brian Eno, asociación que en su momento dio el i

"Red", King Crimson, 1974, Island/Atlantic

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De alguna manera los tres últimos álbumes de estudio grabados por King Crimson en la década de 1970 van señalando una suerte de evaporación de miembros de la banda. El primero de esta trilogía, "Lark's tongues in aspic" (1973) incluía una textura rítmica especialmente compleja aportada por la doble percusión de Bill Bruford y Jamie Muir, además de tres instrumentos solistas (guitarra a cargo de Fripp, violín a cargo de David Cross y melotrón a cargo de ambos); ya para la grabación de "Starless and bible black" (1974), meses después de la salida de Muir, la percusión quedó reducida a Bruford, y ese mismo año, antes de las sesiones de "Red", Cross abandonó la banda (o fue expulsado, no queda del todo claro). El resultado hace más marcada la diferencia entre "Red" y "Lark's tongues in aspic": una batería y en principio dos solistas (guitarra y melotrón) contra las dos baterías y los tres solistas del álbum de 1973. La realidad es

"Led Zeppelin", Led Zeppelin, 1969, Atlantic

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Dejando de lado la afirmación tan cliché como verdadera de que se trata de uno de los mejores debuts discográficos de la historia, se puede rastrear buena parte del ADN de "Led Zeppelin I" no sólo a las bandas en las que había tocado anteriormente Jimmy Page, los Yarbirds en particular, sino a las diversas apropiaciones británicas del blues americano. Pero, por supuesto, eso no agota la maravilla ofrecida por estas nueve composiciones. Grabado y mezclado en unas asombrosas 36 horas -a lo largo de tres semanas- después de que Page debiera afrontar las obligaciones contractuales de una gira en escandinavia para los recién disueltos Yarbirds y para ello contratara a Robert Plant, a John Paul Jones y a John Bonham, que recorrieron los países en cuestión bajo el nombre "The new Yarbirds" y tocaron -además de versiones de la banda en cuestión- buena parte del material que sería incorporado al primer disco que grabarían ya bajo el nombre Led Zeppelin. Las sesiones result