Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2017

"Sonatas para viola da gamba y clave", J.S.Bach, 1730-40, versión de Juan Manuel Quintana y Céline Frisch, 2001/2006, Harmonia Mundi

Imagen
La primera versión que escuché de las tres sonatas para viola da gamba y clave (BWV 1027-29) de JS Bach fue la de Keith Jarrett (clave) y Kim Kashkashian (viola), publicada en 1994 por ECM; la compré creo que en 1999, y entonces ignoraba por completo quién era Jarrett, más allá de que había escuchado su versión de las variaciones Goldberg (también en ECM, de 1989, también mi primera aproximación a esa obra de Bach que desde entonces ha sido algo así como mi obsesión más recurrente) y me había gustado (después dejó de parecerme tan interesante: Jarrett hace sonar al instrumento magnificamente, no se apura demasiado ni se zarpa con los adornos, pero parece que empezara y parara con cada variación y hace las repeticiones -tan importantes, por cierto- cuando él quiere o al azar), aunque eventualmente me desilusionó que se tratara de una trasposición a la viola de brazo y que no sonara, por tanto, el instrumento elegido por Bach, que ya en el tiempo del compositor (y las tres sonatas en c

"Three of a perfect pair", King Crimson, 1984 EG/Warner

Imagen
Ya desde su título el tercer y último album de la formación ochentera de King Crimson (y décimo de la banda, pero quizá sea demasiado pensar que es la misma banda, tanto literal como estilísticamente hablando, que lanzó "In the court of the Crimson King" en 1969) hace pensar en dualidades complicadas por una tercera posibilidad; una forma de resolver el problema de "tres de un par", por supuesto, es apelar al viejo esque ma de tesis/antítesis/síntesis y pensar que para la tesis de "Discipline" (1981) -minimalismo aplicado a un cuarteto de rock, experimental en sus paisajes sonoros, observación sobre el rock pospunk o incluso pos-new wave- y la antítesis de "Beat" (1982) -una orientación más pop, más hacia el formato canción, una vocación más de ejercer un estilo que de indagarlo- cabe pensar en una síntesis que incluya lo mejor de ambos mundos; en esa línea, entonces, parece claro pensar en los dos lados del vinilo original de "Three of a

"Selected ambient works volume II", Aphex Twin, 1994, Warp

Imagen
Es fácil olvidar que la definición aportada por Brian Eno para "música ambient" no implicaba que la relación entre ésta y el oyente quedara resuelta enteramente por la idea de una música funcional al entorno en tanto sonidos "en segundo plano", por decirlo de alguna manera, sino que lo propuesto señalaba la posibilidad de los dos modos de escucha: el ambient, es decir, debía tolerar tanto su uso de fondo como su uso de figura. Se podía abstraer la atención (fijarla en cualquier otra cosa con el efecto residual de que seguía sonando aquello), o centrarla, y ninguna de las dos maneras debía ser la ideal, la específica, ni agotar al proyecto completo. Cabe empezar a pensar "Selected ambient works volume II" desde esa noción. El precedente -que no se titula "volumen uno" sino que acusa el período 1985-1992, o más específicamente 85-92- había sentado las bases para y expuesto con rotunda claridad lo que otros llamarían IDM ("intelligent dance

"Sgt.Pepper's lonely hearts club band", The Beatles, 1967, Parlophone/Capitol/EMI, remix y remaster de 2017

Imagen
Para empezar, la remezcla y remaster 2017 (50 aniversario) del octavo álbum de The Beatles hace por los sonidos del disco lo mismo que las remezclas y remasters de Steven Wilson, seguramente no destinadas a la misma exposición y publicadad, vienen haciendo por clásicos del rock progresivo como "Lark's tongues in aspic"  o "Thick as a brick": si bien el impulso básico es el de una reconstrucción de la mezcla original, hay pequeños cambios que renuevan la percepción del álbum a la vez que el proceso de remasterizado llevado a cabo con atención al detalle ofrece un sonido más limpio y espacioso. En ese sentido, esta nueva versión de "Sgt.Pepper's lonely hearts club band" mejora la mezcla stereo original (no tiene mayor sentido compararla con la mono, en tanto parecen necesariamente perseguir objetivos distintos) y de paso suena considerablemente mejor que el remaster 2009 -y, por supuesto, que el primero en CD. El sonido característico de la banda y

"Waiting for the sun", The Doors, 1968, Elektra

Imagen
La serie de álbumes digamos "clase B" de The Doors comienza en 1968 con el mejor de los tres en cuestión y tercero también de la banda. La mayor parte de las canciones, letras e ideas para canciones que Morrison había reunido en sus años previos a la eclosión de la banda y la grabación de su primer álbum ya habían sido usadas, y el denso calendario de toques por el que habían pasado hasta el momento de grabar "Waiting for the sun" les había dejado poco tiempo para componer en paz, así que la banda, que necesitaba además mantenerse al nivel de sus primeros dos trabajos, pretendió subir todavía más la apuesta y grabar "The celebration of the lizard", basada en un largo poema épico de Morrison (y de algún modo, de hecho, su obra arquetípica) y pensada como una pieza de múltiples secciones y una suerte de versión doorsiana de lo que después (o por esas fechas si atendemos al debut de King Crimson) iba a convertirse en el rock progresivo, algo si lo pensamos

"Musikalisches Opfer BWV 1079", J.S.Bach, 1747, versión de Ricercar Constort, 2014, Sony/Mirare

Imagen
Acaso "La ofrenda musical" (BWV 1079) sea algo así como el patito feo entre las grandes obras conceptuales de J.S.Bach; carece a primera vista, es decir, de la unidad tan evidente en "El clave bien temperado" o "El arte de la fuga" (un procedimiento que guía toda la obra para el primero: elaborar preludios y fugas en las 24 tonalidades posibles, mayores y menores; desarrollar al máximo las posibilidades contrapuntísticas de un tema en una serie de fugas de complejidad creciente más otros tantos cánones igualmente complejos) y del sentido cíclico tan marcado de "Aria con variaciones" (las "Goldberg"); de hecho, no está claro que las secciones de "La ofrenda musical" deban tocarse todas (los ricercares, por ejemplo, fueron impresos originalmente cada uno con su propia paginación) y en un orden en particular: hay diez cánones, una sonata y dos ricercares polifónicos (generalmente pensados como fugas, o formas tempranas de fugas

"Music has the right to children", Boards of Canada, 1998, WARP/Matador

Imagen
Desde lejos seguramente el primer álbum de Boards of Canada parezca una suerte de formateo un poco más pop -o menos ambient y experimental- del momento fundacional a nivel sonoro del IDM (ya que a nivel de género lo fue el compilado "Artificial intelligence", de 1992),  "Selected ambient works 85-92" (1992), en el sentido de que procede a crear enunciados un poco más user-friendly desde el lenguaje propuesto por el álbum de Aphex Twin. Y de hecho no se trata de una perspectiva desatinada, en tanto a las estructuras y programaciones específicas del trabajo seminal recién nombrado se le aporta aquí una construcción de atmósferas más emotiva (o una emotividad más inemediata) y no pocos ganchos melódicos. Pero esto no quiere decir que a "Music has the right to children" le falte interés o densidad; por el contrario: el reformateo o reescritura de propuestas más radicales y arduas está en la esencia misma del proceso creativo del pop, y además no es dificil p

"Crest of a knave", Jethro Tull, 1987, Chrysalis

Imagen
La carrera de Jethro Tull (pensémos por un momento a esa entidad como algo diferente a Ian Anderson, y quizá tendremos algo de razón) había alcanzado su nadir con "Under wraps" (1984), su equivalente a "Tonight" (del mismo año) y "Never let me down" (1987), ambos de Bowie, o a "Undercover" (1983) o "Dirty work" (1986), ambos de The Rolling Stones, de modo que a medida que se apuraba el trago de los ochentas el tiempo parecía propicio para un retorno a la forma (eso que esperaba tanto a los Stones como a Bowie en 1989, con "Steel wheels" y "Tin machine" respectivamente, si bien ambos álbumes están lejos de ser obras maestras y el segundo, técnicamente, es más el debut de una banda que el verdadero álbum nº18 de Bowie); quizá influyó la operación en la garganta a la que debió someterse Ian Anderson debido a una infección persistente (y al hecho de que, cómo el mismo explicaría, la respiración de un flautista no es la

"94diskont", Oval, 1995, Mille Plateaux

Imagen
El ruido de superficie, el siseo de fondo desde la cinta y los saltos mecánicos de la púa sobre los surcos del vinilo, por nombrar apenas tres desperfectos sonoros, son signos de la en principio indeseada materialidad y fragilidad de sus respectivos formatos, pero también han sido incorporados a la música como textura y como significante sonoro desde una fecha tan temprana como la de "Wish you were here", que en su title track incluía la célebre introducción con el riff "filtrado" por el sonido casi arruinado de un viejo tocadiscos (así como también la sensación casi física del cambio de estaciones en una radio). De hecho, hay quien asocia estos desperfectos a una cualidad cálida o incluso "humana" de los medios de reproducción y grabación analógicos; "la vida tiene ruido de fondo", dijo alguien por ahí. Pero la música grabada y almacenada digitalmente y en medios físicos encuentra también el mismo recurso significante y expresivo en el cu

"All saints: collected instrumentals 1977-1999", David Bowie, 2001, EMI

Imagen
El primer track de "Low" (1977) fue también el primer instrumental de David Bowie; ninguno de sus álbumes anteriores incluía composiciones que prescindieran de la letra y lo vocal y, de hecho, con "Diamond Dogs" (1974) y "Young Americans" (1975) parecía haber alcanzado extremos casi dylanescos de densidad (y cantidad) lírica, con alrededor de 4000 palabras por cada álbum. En comparación, "Low" no llegaba siquiera a la décima parte de esa cuenta y dejaba claro que su tema era, precisamente, el límite del lenguaje a la hora de construir una realidad posible (emocional, paisajística, anecdótica, etc); esto lo hacía no sólo con instrumentales (son seis los que incluye: cuatro en plan ambient-paisajístico sin estructura clara -"Warszawa", "Art decade", "Weeping wall" y "Subterraneans"- y dos más en plan "canciones sin letras", con estructuras reconocibles -"Speed of life" y "A new care

"Appetite for destruction", Guns n'Roses, 1987, Geffen

Imagen
La versión más repetida de la historia señala que fueron Nirvana y el grunge los responsables de asesinar al glam metal que sirvió de paradigma ochentero para el hard rock, pero la verdad está más cerca de aquello que dijo David Bowie cuando le preguntaron si había sido él quien mató a la década de 1960 y respondió que su función había sido, meramente, "ayudar a disponer de los cadáveres" -en tanto los sesentas "ya estaban muertos"; si para 1991, entonces, el glam metal ya se adentraba en la afterlife, cabe pensar que el golpe definitivo se lo había asestado el mejor álbum de hard rock de la década de 1980 y primero de Guns n'roses. Y eso ocurrió no sólo porque todo lo que habían hecho aquellas bandas lo hacía mejor la que tenía al frente a Axl Rose sino porque sin exactamente despegarse del idioma específico post vanhaleniano del hard rock, Guns n'Roses propuso desde su primer disco un sonido que volvía a abrevar no sólo en Led Zeppelin -es decir el punto

"Computer world", Kraftwerk, 1981, Kling Klang/EMI/Warner

Imagen
Así como "Kind of blue" (1959) parece fácilmente asimilable a un posible arquetipo del jazz -en el sentido de que la noción misma del género parece de alguna manera ligada al sonido del álbum de Miles Davis-, quizá el octavo disco de Kfraftwerk opere de manera similar en relación a la música electrónica. No es fácil decir que sea "el mejor" -más allá de que la música no es un certamen-, acaso sí uno "de los mejores", pero más allá de ese asunto sin importancia está claro que su sonido connota (y se vuelve metonimia de) el género en que se inscribe y ayudó a fundar. En cierto sentido era algo tarde para Kfraftwerk, pero por eso mismo es que funciona tan bien "Computer world": ya no era extraño ni novedoso, sino una cualidad del presente más tenso. Ya era asimilable a un género, y acaso ahí estén los últimos toques de la fundación de la electrónica como precisamente eso: un género definido que ya no era "experimental". Esto quiere decir

"Sabbath bloody sabbath", Black Sabbath, 1973, WWA/Vertigo

Imagen
¿Qué podía hacer Black Sabbath después de la perfección doom de "Master of reality" (1971) sino explorar territorios nuevos? Así, para "Vol. 4" (1972), además del cambio en la producción, que pasó a manos de Tony Iommi, se volvió evidente la experimentación con texturas y registros novedosos para la banda, gesto que culmina en el quinto álbum, del que puede decirse tranquilamente que es la última obra maestra de la formación clásica de Sabbath y, sin duda, el mejor de los grabados por Osborne, Butler, Ward e Iommi junto al de 1971. El lado A establece las intenciones con unas claridad y voluntad asombrosas; la apertura, que da nombre al disco, tras comenzar con el célebre "riff que salvó a Black Sabbath" (en tanto la banda, en su cenit del uso de cocaína y en Los Angeles, la misma ciudad en la que Bowie repetiría años más tarde las mismas paranoias, atravesaba un bloqueo creativo hasta que Iommi concibió el riff en cuestión) y la inmediatez pesada de l

"Scary monsters... and super creeps", David Bowie, 1980, RCA

Imagen
A partir de 1980, precisamente cuando la carrera de David Bowie encontró su primera caída verdadera, cada nuevo álbum fue promocionado como "el mejor desde Scary Monsters"; dicho de "Black tie white noise" (1993) tenía sentido, y también lo tendría de "1.outside" (1995), aunque quizá no tanto de "Earthling" (1997) y "Hours..." (1999), básicamente porque el ya mencionado "1.outside" era mejor; después las cosas parecieron componerse con "Heathen" (2002), también otro firme candidato al "mejor desde Scary Monsters" pero hubo que esperar hasta el primer álbum de la etapa tardía ("The Next day", 2013) para que el nivel del de 1980 pareciera realmente reconquistado. Esto no tendría importancia si no fuera porque a la hora de grabar "Scary monsters... and super creeps" Bowie estaba dispusto a sacudirse todo lo que se le había pegado a la piel durante los setentas, la década en la que reinó

"Music for films", Brian Eno, 1978, EG

Imagen
Acaso pueda pensarse en la carrera de Brian Eno a lo largo de la década de 1970 como un gran laboratorio; después de 1981 de todos los procesos anteriormente en funcionamiento Eno eligiría dedicarse -casi exclusivamente- a la línea que fusionaba el sonido ambient con los procesos generativos y los loops, noción que tiene en "Thursday afternoon" (1986) acaso su ejemplo más claro y en "Ambient 1: Music for airports" (compuesto esencialmente por varios loops de distinta longitud que juegan a articularse y desfasarse a lo largo de un tiempo potencialmente infinito) a la primera realización paradigmática, pero la faceta creadora de pequeñas viñetas ambient o de paisajes sonoros en miniatura (no necesariamente generativos o hechos en base exclusivamente a loops), que había visto en los instrumentales intercalados en "Another green world" (1975), en los equivalentes de "Before and after science" (1978) y en los del trabajo conjunto de Eno y Cluster (&

Iggy Pop, "Post Pop depression", 2016, Caroline International/Loma Vista

Imagen
Sin duda sonaría un poco injusto o malintencionado decir que, entre todos los álbumes que cuentan con Iggy Pop como cantante principal los mejores son aquellos en que había más músicos implicadas a un nivel de relieve; es decir, están al comienzo los tres discos de los Stooges y, después, los dos primeros álbumes solistas de Iggy, co-compuestos y producidos por David Bowie, quien también tocó buena parte de los instrumentos involucrados, y es indudable que el resto de la discografía de Pop, si bien incluye trabajos de gran nivel (algunos de ellos también en colaboración: "Kill city", de 1977, con Jack Williamson, "Blah, blah, blach", de 1986 y también con Bowie, "The weirdness", de 2007, con los Stooges de nuevo, "Ready to die", de 2013, con los Stooges y James Willianson, o "Skull ring", de 2003, con una amplia variedad de colaboradores) parece ocupar un nivel  inferior al de los álbumes de los Stooges y de los primeros dos discos so

"Jethro Tull - The string quartets", Ian Anderson y the Carducci String Quartet, 2017, BMG

Imagen
Si bien los discos al estilo "Tributo sinfónico a The Rolling Stones" en general parecen significar poco más que la edulcoración de un sonido más agresivo a favor de oídos menos dispuestos al desafío -cuando no un intento de aportar "respetabilidad" a lo que no la necesita y apelar a medios que hay que ten er todavía más liadas las categorías para dar por válidos, como por ejemplo emplear una musicalidad obvia como manera de limar contornos cuya gracia original era justamente lo angular y desprolijo-, para ser realmente justos hay que señalar que las excepciones a la regla recién esbozada no son pocas y valen la pena; podría señalarse, por ejemplo, que "S&M" (1999), de Metallica, con la sinfónica de San Francisco y la conducción del gran Michael Kamen, ofrece en sus mejores momentos -más allá de esa musicalidad obvia e inneceseria mencionada más arriba, que aparece en unos cuantos momentos del disco- texturas sorprendentes e interesantes en sí misma

"Back in black", ACDC, 1980, Albert/Atlantic

Imagen
La fórmula estuvo clara siempre: centrar cada composición en uno o dos riffs memorables y poderosos, reducir la base rítmica al mínimo indispensable, incluir en alguna parte un solo tan consabidamente bluesero y rockero como virtuoso y hablar de sexo, alcohol y rock'n'roll con dobles sentidos que cualquier adolescente cachondo pudiera dar por obvios; a la vez, mientras la banda tuvo a Bon Scott al frente había cierta cualidad de peligro en la voz, como si el cantante fuera un ex convicto que hace una guiñada mientras te dice que "antes que volver a delinquir" prefirió vender curitas en un ómnibus, pero -después de la triste muerte de Johnson en 1980 y cuando Brian Johnson toma su lugar- a partir del séptimo álbum de estudio de la banda las cosas cambian y de pronto ese detalle amenazante desaparece: estamos, ahora, en una fiesta interminable y todos somos borrachos felices: esa fiesta ideal con la que sueña o ha soñado o soñó el hard rock desde sus comienzos y que