"Metallica", Metallica, 1991, Elektra

Es interesante que después de que Guns'n'roses (primero y por excelencia) y el grunge (después y por oposición) liquidaran a la variante hair o glam del metal ochentoso Metallica, el mismo año en que Nirvana publicaba "Nevermind" y Pearl Jam "Ten" (y U2 "Acthung baby"), acudiera a Bob Rock, el productor preferido de Mötley Crüe, una banda de esa era en ruinas. Rock también había trabajado con David Lee Roth (y si de algún lugar salía el glam metal era de Van Halen) y después produciría a Bon Jovi, y lo que se acordó, no fácilmente, entre banda y productor fue que sería abandonado el sonido thrash/progresivo de discos como "Master of puppets" y "...and justice for all" -y también el thrash a secas de "Kill 'em all" y "Ride the lightning"- en favor de estructuras más simples, hits más pop, tempos menos frenéticos y, en suma, un feeling un poco más hardrockero. Pero el sonido de los noventas todavía no había prendido del todo en Metallica, y su quinto álbum de estudio todavía suena con el reverb típico de la década anterior, con las baterias ecualizadas de manera algo tenue y aguda y el aporte tetxural (no rítmico ni tonal) del bajo minimizado o, mejor, simplificado; que el metal alternativo de los noventas estuviera a punto de ensayar más bien todo lo contrario (basta con escuchar los bajos de Tool y basta con pensar en la renaciente escena neo-prog o metal-prog que eclosionaría más o menos al mismo tiempo) termina por volver, entonces, más complejo e interesante al llamado "álbum negro", que contiene sin duda piezas clásicas -no solo de la banda sino del rock pesado en general- y de excelente factura (la veta alternativa/noventera de Metallica aparecería, en última instancia, pocos años más tarde en "Load"), las más cercanas a una sensibilidad pop que propusiera la banda a sus seguidores (ya con "Load" el problema era a qué seguidores se dirigian, por supuesto).
En ese sentido, además del hard rock riffero de primer orden de "Enter sandman" y del impulso más plenamente metalero de "Sad but true" -un comienzo de álbum inmejorable- quizá 26 años más tarde interesen un poco menos "Holier than thou", "Don't tread on me", "Through the never" y "My friend of misery", mientras que adquieren -o confirman- una estatura notable composiciones como "Wherever I may roam", quizá el mejor momento del álbum, "Of wolf and man" y "The struggle within", con "The god that failed" y "Of wolf and man" en un lugar de alguna manera intermedio. Y quedan los dos números lentos, ambos magníficos: "The unforgiven", cuyas posibilidades seguirían siendo exploradas por la banda en discos por venir, y la ya clásica "Nothing else matters", que ofrece momentos de un lirismo estremecedor unidos a una agresión metalera incuestionable.
En su intento de simplificar, enfocar y prescindir de lo prescindible, "Metallica" sin duda acierta en lograr piezas memorables; pero el acierto más importante de Metallica fue no grabar un "Álbum negro II" sino volver a romper el pacto con sus fans y experimentar nuevos registros. La receta, es decir, sólo servía para un disco (la del thrash e incluso la del thrash más complejo y cuasi progresivo, acaso, rendía más), y es un punto a favor de Metallica que se hayan dado cuenta de ello.

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