"Opéra sauvage", Vangelis, 1979, Polydor

Vangelis y el Yamaha CS-80. La historia de la tecnología y la de la música. Acaso la mejor de sus bandas de sonido pre-"Blade Runner", "Opéra sauvage" ofrece la introducción perfecta en "Hymne", con su elegantísima simplicidad y su desarrollo no musical sino sonoro, en la medida en que mayores reverberaciones y frecuencias graves van sumándose a cada reiteración de la deliciosa frase básica, hasta que, finalmente, aparece una percusión cargada de eco que tiene la extraña propiedad de tanto ampliar la imagen sonora como representarla bajo otra escala, que le ofrece contornos más claros y la convierte en una suerte de cuadro desligado del continuo de imágenes de la composición.
Pasa algo similar con la hermosísima "L'enfant", más centrada en el sonido del piano y con, además, una marcada percusión que Vangelis después retomará dos años después con aún mayor éxito en la banda sonora de "Chariots of fire" y que encuentra un antecedente más que claro en los momentos más intensos de "Albedo 0.39". La fórmula básica es acá la misma: la pieza está estructurada en reiteraciones (a veces se dispone un acorde menor, también sujeto a reiteraciones, de modo que el regreso al mayor se siente como una verdadera expansión del sonido) y añadidos a la textura sonora; sin embargo, en otros momentos de "Opéra sauvage" el sistema varía, y así destaca "Rêve", más ambient, más sutil y a la vez heterogénea. Pasada la mitad, de todas formas, hace su aparición la percusión secuenciada, aunque más bien ahogada (al principio) en la suma de frecuencias de la pieza: es necesario que se perfile un sonido más seco -como una suerte de redoblante- para que la sensación de dramatismo y tensión empiece a pautar la ensoñación felizmente titulada desde lo onírico.
"Mouettes" es algo así como el momento más tenue del álbum, a la vez que "Chromatique" aporta la mayor diferencia textural desde el uso de guitarras acústicas por debajo de las (cromáticas, por cierto) melodías de sintetizador. Después, "Irlande" sigue un poco la pauta de "Rêve" y el disco cierra entonces con "Flamants roses", un fascinante ejercicio de minimalismo (notar el juego de arpegios que arranca en 4:38) apoyado por golpes de percusión y ataques de sintetizador y, pasada la mitad de la pieza, una contramelodía capaz de privilegiar el lado siniestro latente de la base arpegiada. Esta conmoción, por cierto, se disuelve hacia los 8 minutos, dando paso a un ambiente más cercano a esa zona del disco ocupada por "Rêve" e "Irlande".

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